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Jorge Carlos Brinsek

 

Director general de la agencia Diarios y Noticias (DyN) en los inicios de la democracia

Dos amigos que se fueron demasiado pronto, y que quizás hubieran cambiado la historia
 

   En los primaverales y entusiasmantes días que precedieron a la asunción de Raúl Alfonsín a la Presidencia, un pequeño grupo de hombres trabajaba a tiempo completo, virtualmente día y noche, en la búsqueda de una fórmula que permitiese encarar el terrible problema de los desaparecidos y el enjuiciamiento de los responsables de aquella brutal tragedia.

   Dos hombres encabezaban ese cónclave: Raúl Borrás y Roque Carranza. También acompañaban dos jóvenes delfines: José Horacio Jaunarena y Dante Caputo. Mientras en las calles todo era bullicio, alegría y un festejo sin fin, este equipo en el cual el presidente electo había depositado toda su confianza trabajaba en el espinoso como doloroso y desgarrador tema.

 

    Se convino, finalmente, en un juicio ejemplificador que abarcara a los miembros de las tres primeras juntas militares y a varios de los encumbrados jefes del denominado Proceso. No más. Hubo una excepción: si se trataba de graduaciones menores, sólo se tratarían aquellos casos de delitos aberrantes. La intención era excluir al resto, volcar a toda la comunidad militar a su función específica y avanzar en una despolitización como profesionalismo de cada fuerza.

 

   Ya en el poder Alfonsín, y tras dictar el famoso proceso de enjuiciamiento a las Juntas (seguido apenas una semana después por un enfático rechazo público y condena a las expresiones de los jóvenes más radicalizados que pedían “paredón” para todos los uniformados) comenzó la homérica tarea de separar la paja del trigo.

   Borrás fue designado Ministro de Defensa y Jaunarena lo asistió como Secretario de esa cartera. Comenzaron a recorrer una a una las guarniciones militares de todo el país, particularmente las más conflictivas. Lo hacían por lo general los sábados y domingo para no llamar la atención. Había reuniones explicativas, una cena y, más en la intimidad, charlas en profundidad de cual era el objetivo: había que seguir adelante, no había camino para revanchas ni mucho menos venganzas. Pero era necesario fijar un procedimiento de Justicia.

 

   Tras ese “ablandamiento” a lo largo de todo el año 1984, se dieron las condiciones para el inicio a las juntas el 22 de abril de 1985.

   Pero pocos días después, el mundo pareció venírsele abajo a Alfonsín. El 25 de mayo de 1985, el día de la Patria, Borrás dejó este mundo víctima de un cáncer que finalmente logró doblegarlo tras una lucha sin cuartel en la que, pese a los dolores, jamás faltó a su despacho o a un encuentro crucial con los jefes militares.

   Rápidamente el Presidente designó a su lugar a Carranza. Por su juventud y por considerarlo más dinámico en el manejo operativo, Jaunarena siguió en su cargo de Secretario de Defensa.

   Como lo había hecho Borrás –cuando sin demasiados pelos en la lengua hacía callar a quienes aturdían a Alfonsín con sus proyectos para borrar del mapa a todos los militares- Carranza continuó con el solvente trabajo de aquietar las afiebradas pasiones.

   Alfonsín respiró aliviado y todo parecía encarrilarse. El 9 de diciembre de 1985 tuvo lugar el veredicto por las Juntas y Carranza, se encargó que en los cuarteles se asimilara el golpe emocional de las condenas, se vivieran las fiestas en paz y comenzaran las vacaciones.

 

   Pero en febrero de 1986, apenas dos meses después, Carranza murió de un síncope cardíaco cuando nadaba en la pileta de su residencia oficial, en Campo de Mayo. Alfonsín sufrió un shock. El era la figura emblemática, el líder carismático, pero Borrás y Carranza eran sus dos soportes pensantes, sus estrategas y sus mejores espadachines puertas adentro. No solo en el tema militar, sino en todo.    La muerte de ambos, increíblemente y viéndolo en la perspectiva de los años, marcó el principio del fin de lo que suponía una epopeya centenaria.

   Acongojado, Alfonsín confió a un estrecho amigo, Germán López, dirigir la cartera, con Jaunarena, como siempre, asistiéndolo.

   López, un químico de carrera, fue el encargado de redactar las Instrucciones al fiscal general del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, en que le ordenaba no investigar a los oficiales subalternos por el cumplimiento de órdenes superiores, aunque estas órdenes violaran los derechos humanos. Pero también estaba enfermo y no pudo soportar tremenda presión.

   Finalmente Jaunarena se hizo cargo, pero ya era tarde. Fortalecida, el ala más joven y dura del radicalismo confrontó con el ala más dura militar. “O todos adentro o ninguno” fue la premisa de los primeros. “Entonces ninguno” respondieron estos últimos. El peronismo se frotó las manos. Solo había que esperar el desenlace final. Las sublevaciones de Semana Santa, Monte Caseros y Villa Martelli; el revés electoral legislativo de mitad de mandato terminaron por inclinar el fiel de la balanza. El fracaso de la economía hizo el resto.

 

   Pero más allá de todo esto, Alfonsín será recordado como el hombre que marcó una época cuando Néstor Kirchner ni siquiera sabía donde estaba parado. Afrontó con hidalguía y dinamismo el momento más difícil de la historia argentina reciente. Con Borrás y Carranza acompañándolo hasta el fin, las cosas pudieran haber sido muy distintas, es cierto. Pero es sabido que la realidad siempre suele derrotar a la ilusión.

 

Alfonsín será recordado como el hombre que marco una época cuando Néstor Kirchner ni siquiera sabía donde estaba parado. Afrontó con hidalguía y dinamismo el momento mas difícil de la historia argentina reciente. Con Borras y Carranza acompañándolo hasta el fin, las cosas pudieran haber sido muy distintas, es cierto. Pero es sabido que la realidad siempre suele derrotar a la ilusión.

2010 - present

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