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    A 30 años de haber recuperado la democracia sería deshonesto no reconocer que el país no está hoy como lo soñamos.
  

     Para quienes militábamos en la Juventud Radical por aquellos años estaba claro que la democracia es una condición necesaria pero no suficiente para el desarrollo de la sociedad.

 

    Para garantizar el éxito se necesita una participación activa de los ciudadanos que trascienda el acto de votar y que los involucre en la solución de los problemas cada vez más complejos que afrontan las sociedades modernas.

   

     Esto que hoy puede parecer una frase hecha fue una realidad. En el gobierno radical, el más serio conflicto limítrofe del país, el del canal de Beagle, se resolvió con una consulta popular.

 

    La convicción democrática y el profundo respecto por el criterio de la gente que tenía el presidente Alfonsín posibilitaron esa experiencia única en nuestra historia.

 

     En alguna parte de este trayecto democrático de nuestro país esto se fue perdiendo. La gran crisis económica con que finalizó el gobierno de Alfonsín fue aprovechado por quienes, a pesar de su origen democrático, comenzaron a desarmar la república.

 

     Dos de las primeras decisiones del gobierno de Menem, el aumento de los miembros de la Corte, que estableció la famosa mayoría automática, y la concesión de los indultos, se convirtieron en paradigmas de impunidad, y ésta llevó lenta y progresivamente a la anomia, madre de la mayoría de los males de nuestro país.

 

   La crisis del fin de la convertibilidad (ese perverso seguro de cambio que perfeccionó la recordada “tablita” de Martínez de Hoz) hundió no sólo al gobierno de la Alianza sino al sistema de partidos, clave para el funcionamiento democrático de la sociedad, generando también, en gran parte de la población, el descreimiento en las instituciones de la república.

 

     Nadie puede desconocer que desde el 10 de diciembre de 1983 los argentinos hemos sido dueños de nuestro destino, sin embargo estoy convencido (sería deshonesto no decirlo) no todos pueden votar con la misma libertad, son muchos los compatriotas sometidos a la indignidad del clientelismo.

 

    La inmensa tarea que tenemos por delante como sociedad es la de reconstruir el tejido social dañado por la exclusión y la pobreza, para hacerlo no sirven las falsas épicas ni las antinomias creadas para sostenerlas, es necesario enfrentar los problemas con el principio fundamental de que todos los sectores tienen el derecho y el deber de contribuir a la solución, solo así volveremos a ser una república.

Ricardo Esnaola

Abogado

Integrante de la
Juventud Radical
en 1983

Una república
 
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